martes, 29 de julio de 2008

La mirada

Casi como suspendido en el aire, mi mirada iba y venía barriendo el gran salón del Hotel Magulán de Barranquilla. La última en retirarse era ella. Siempre con vestido vaporoso y tacos muy altos. Más de una vez me sorprendí relojeando su ropa interior cuando se reflejaba en el piso brilloso del Salón Victoria, donde estaba ese verano. Roja, como su corpiño que se asomaba por el escote del vestido. Sus manos hacían juego con el marfil de la estatua de 20 centímetros realizada por el maestro Goloveer, un holandés que se había instalado en el Hotel a principios de siglo pasado y como se quedó sin plata, pagaba con obras de arte; alguna obra era vendida y otras adornaban el gran salón. Manos de marfil, piel de seda, vestido vaporoso, ojos como dos esmeraldas brillantes, profundas y excitantes…los zapatos con taco aguja y unas medias negras que marcaban con su costura el la parte posterior de la pierna la mitad exacta de aquella mujer. Líneas negras que unidas a otros meridianos corporales me ponían embobado y hasta entregado sumisamente a ella. Aquella belleza sumaba un busto sin par. Dos pechos redondos, medianos, bien formados y localizados en lugar justo…ni más ni menos. Todo era mucho, pero menos, que su cabello renegrido y naturalmente ondulado. Su cabello era una selva, donde con mucho placer hubiese terminado mis días de explorador itinerante, entregado a los accidentes geográficos más profundos y a los animales más salvaje.
Mi destino estaba atado a la pared sur del gran salón, solamente la expresión vivaz de mis ojos lograda por el maestro Botero podía crear la ilusión de movimiento y seguimiento de algún observador dedicado y atento. La seguiría observando y tramando encuentros con aquella belleza desconocida, realmente es difícil ser un retrato en un cuadro y tener el deseo de enamorarse.

jueves, 3 de julio de 2008

Palabras lejanas

Cuando levantó la vista, el perro no estaba, pero sus ladridos seguían presentes. Eran como una deformación en el viento de unas palabras lejanas. Guau, guau, guau.r, gua..rd, gua..rd.a.
Si, seguro, se dijo en voz baja, como autoconversando con él mismo, guarda…eso era, “guarda”.
Guarda, guardar, cuidarse, fiesta de guardar, precaución, estate atento, mira por donde caminas, cuida tus espaldas, no seas tan confiado.
¿Qué más había dicho el perro aquel que ya no estaba presente?
¿Qué encerraban esos ladridos deformados por el viento?
A poco de andar un golpe seco en su nuca lo hizo caer.
La vecina del kiosco dijo que la ambulancia tardó 30 minutos.
Ya estaba sin vida.
El viento seguía trayendo palabras lejanas. El ya no estaba para traducirlas.