martes, 13 de mayo de 2008

Gracias

En el descanso de la escalera, entre el cuarto y quinto piso, una sombra se aplicaba a sus necesidades más profundas. Los suspiros pusieron un marco entre el extintor y la luz de emergencia. Eran, por lo menos dos personas. Seguramente dos humanos entregados al placer de entrelazar sus cuerpos entre caricias y sudor corporal. El viejo ascensor subía y bajaba, en forma esporádica. La luz interior, marcaba las siluetas, recortaba los bordes, pero no permitía distinguir con claridad, a los amantes. La señora del octavo bajó para comprar algo para la merienda. Martina, del segundo, subió a la terraza para colgar la ropa recién lavada. En el descanso de la escalera, entre el cuarto y quinto piso, dos cuerpos se acribillaban a besos profundos y respiraciones cortas. Un tiempo de reencuentro y descubrimiento. Exploración y enigma. Impunidad y ansiedad. Un buen tiempo había pasado. Desde el quinto llamaron al ascensor. En el mismo tiempo alguien bajaba por las escaleras. La señora del octavo llegaba al edificio con su compra del almacén. Martina venía bajando con su balde desde la terraza.
--¿Cómo le va Oscar?- dijo la señora del octavo cuando se abrió la puerta del ascensor y salió el encargado suplente.
Aquel con una sonrisa, le franqueó el paso al ascensor, mientras se prendía un botón de la camisa de trabajo. En ese mismo momento, por la escalera, llegaba a la planta baja, Javier, el hijo adolescente de la doctora del sexto piso. Vestido con ese estilo informal, y casi desarreglado, de los chicos de hoy en día. Oscar le abrió la puerta de calle y Javier, sin mirarlo a los ojos dijo…”gracias”.